¿Cuántas veces no te has encontrado frente a una tarea o idea y la primero sutil pero persistente voz que te dice “tienes que hacerlo perfecto” comienza a hacer mella hasta el punto que dejas de lado ese proyecto, o, se acaba volviendo en una pesadilla? Algo que en sus orígenes se supondría divertido, disfrutable, una aventura muta a un monstruo que nos va a hacer ver, una vez más, la persona tan inadecuada que somos. Esto es tu perfeccionismo.
Bajo esta óptica, el perfeccionismo es un depredador que hemos disfrazado bajo la forma de superación. Tiene validación social ya que casi siempre lo relacionamos con ser detallistas, ambiciosos y perseverantes, nada más alejado de la realidad.
La perfección es un concepto que tiene que ver con lo perfecto, es decir, aquello que no tiene defectos o errores. También tiene que ver con lo que ya ha alcanzado un máximo nivel de desarrollo. Ninguno de estos puntos se aplica a la naturaleza humana que es perfectible, pues podemos siempre mejorar mientras estemos con vida y para hacerlo necesitamos del error, punto central en cualquier curva de aprendizaje.
En algunos casos, podemos rastrear las raíces de esta tendencia a nuestra historia familiar. Tal vez nuestros padres o figuras primarias fueron hiper críticos o minimizaban nuestros esfuerzos, tal vez ellos mismos sufrían las consecuencias de su propio perfeccionismo. En otros, sin embargo, eso no ocurrió, nadie nos pedía las mejores calificaciones o resultados, pero aún así, lo teníamos que “hacer perfecto” o, ser perfectos. Esto se puede deber a un Yo (estructura psíquica que contiene nuestra personalidad y carácter) demasiado punitivo (castigador) y rígido que nos avasalla ante cualquier percepción de fallo. Desde la Psicología clínica, esta tendencia está en la base de profundas fuentes de sufrimiento.
Cada vez que permitimos que esta voz escale, estamos siendo nuestros propios perpetradores y víctimas al mismo tiempo. La consecuencia inevitable de esto es que dejemos de disfrutar nuestros quehaceres o bien, los procrastinemos. El perfeccionismo es en su centro un autosabotaje.
Para poder dar batalla a este depredador y evitar que avance, primero, necesitamos reconocerlo. A veces se muestra de manera claramente sádica, insultándonos o burlándose de lo que somos o hemos hecho. Otras es más sutil, más pasivo-agresivo, y se manifiesta a través de cumplidos ambiguos, sarcasmo o intimidaciones. Sea cual sea su forma llámalo por su nombre: autosabotaje.
Ya bien identificado, podemos proceder a cuestionarlo: no me parece que se hayan burlado de mí, no creo que ese error signifique un fracaso, estoy aprendiendo, es normal y necesario equivocarse, mi objetivo es divertirme, etc. Pueden ser buenos ejemplos de cuestionamiento. Si te has percatado que en tu caso esta voz es demasiado abrumadora, entonces párala por completo, rétala y pídele que se vaya si no va a aportar nada constructivo.
En todo caso vale la pena explorar cuándo se originó y quién o quiénes influyeron en su aparición. Así, podemos desarticularla de manera definitiva.
Normalicemos pues, cometer errores y disfrutemos del proceso.
Comments